Fue el domingo. Cruzaba la calle con la patrona cuando me detuve a observar un auto, algo desvensijado, que a las nueve de la noche esperaba el cambio del semáforo con apenas uno de sus dos focos en funcionamiento. La matrícula denunciaba que el vehículo infractor era del interior. Cuando miré al conductor, para mi mayúscula sorpresa, me encontré con el rostro de un intendente frenteamplista que, de visita en la capital, se aprestaba a lanzarse a hacer carretera para regresar a su pago con su familia, incluso a sabiendas de que no estaba en las condiciones reglamentarias para circular.
Primero me indigné. Porque ese señor debería saber que miles de personas confiaron en él para gobernar su departamento con dignidad y respeto a las normas (incluso las de tránsito) y que no tiene derecho a burlarse de ellos de esa forma.
Después, razonando dos minutos, caí en la cuenta. El intendente infractor es uno de los tres millones de habitantes de lo que alguna vez fue la "Suiza de América" y hoy es "El País del Pepe". Un país donde vale todo. Donde cuanto peor, mejor. Donde lo único que está terminantemente prohibido es la excelencia.
En "El País del Pepe" todo es posible. Los libros de estudio pueden tener faltas de ortografía. En las escuelas y los liceos casi no se habla del 25 de agosto, ni se le explica a nadie qué se celebra ese día. Es un día que no se trabaja ni hay clases. Sólo eso importa. Desde arriba se fomenta el mal ejemplo. El presidente no va al acto oficial en Florida. Y todo sigue como si nada.
En "El País del Pepe" los precios suben, pero eso no equivale a brote inflacionario. Los impuestos aumentan, pero no es un ajuste fiscal. Se considera que una persona que gana más de 8 mil pesos tiene una renta que debe ser gravada. Y a nadie le escandaliza. El presidente sale en cadena de radio y televisión hablando de su preocupación por la corrupción, pero nadie puede osar siquiera decir que en este país hay corrupción.
En "El País del Pepe" desde CX36 se permiten llamar "a la acción" (¿otra vez, señores?, ¿se olvidaron lo que pagamos todos la última vez que ustedes y los tupamaros se decidieron a pasar a "la acción"?). ¿Qué pasaría si los militares hicieran lo mismo? Los colgarían.
En "El País del Pepe" nadie sabe quién es Rodó. Ni Galeano. Ni Zorrilla de San Martín. Ni Blanes. Ni Oribe. Rivera "es una calle", me dijo mi nieto, el otro día. Pero todos saben quién es Tinelli, Rial, Susana Giménez, Nazarena Vélez y el nueve suplente de Vélez Sarsfield. El tango es mala palabra. Sólo hay lugar para "el baile del caño" y para "lo que pasó en la casa" (de Gran Hermano, claro).
En la escuela y en el liceo nuestros niños y jóvenes escriben con faltas de ortografía. "Lo importante es que se exprese", le dijo a mi hijo la maestra de cuarto de escuela. "Nabo no es una mala palabra, Mujica la dice. Es un máster", me dice otro nieto, al que sus padres mandan a un colegio inglés, y no ven que no sabe hablar castellano.
Todo es igual. Nada es mejor. Lo mismo (o mejor) un burro que un gran profesor. En un país donde el ministro estrella piensa con faltas de ortografía y hace un culto de su desapego al peine y la corbata, a nadie le escandaliza que el presidente de una Junta Local en Maldonado esté acusado de "colgarse" a la red de UTE sin que nadie considere siquiera destituirlo o que los casinos pierdan plata.
Es "El País del Pepe". Si los treinta y tres orientales volvieran a la vida y vieran en qué nos hemos transformado, ¿no cree usted que se darían media vuelta en el río?
Sí, esos mismos. Los del feriado del 19 de abril. El año que viene, ¿cae entre semana?