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Así como las palabras del Rey Juan Carlos a Chávez están de moda en el mundo, en otro extremo, el de la vergüenza, un diputado del Frente, en la Cámara intentó agredir a Lacalle Pou, de 34 años, diciéndole "oligarca puto" e "imberbe". Después agregó otras barbaridades que terminaron de desnudarlo. A una lista ya ofrecida, podemos hoy recordar que el pretendido insultador, aludiendo a la juventud de su oponente, ignora que Rimbaud escribió sus obras entre los 17 y 19 años, Orson Welles filmó "El ciudadano" a los 25 años, Ciro Alegría escribió "El mundo es ancho y ajeno" a los 24, Malraux escribió "La condición humana" y ganó el Goncourt a los 32 años, García Lorca murió a los 38 años y Poe murió a los 40. Y Rodó escribió "Ariel" a los 29 años. ¡Vaya muchachos!
La ignorancia rige.

Caudillo Oriental

Hoy, a veinte años de su muerte, es evidente que la imagen de Wilson Ferreira Aldunate permanece viva en el recuerdo. Su herencia política ya no pertenece a un sector sino a todo el Partido Nacional y, en buena medida, a todo el país. Es una herencia que conjuga inteligencia y sacrificio, dos condiciones que el caudillo blanco expuso largamente en vida. Inteligencia para abrirse paso en la política nacional, sacrificio para mantener sus principios en alto, contra viento y marea.
Si Wilson probó su capacidad ejecutiva como ministro de Ganadería, formando un muy buen equipo, su llegada al senado confirmó que su voz iba a resonar en todos los ámbitos del país. Desde su banca impulsó grandes leyes y fue un acerado denunciante de irregularidades en el gobierno, tarea esta última que lo convirtió en un genuino "fiscal de la nación". En esa labor, interpeló y logró la renuncia de varios ministros del gobierno de Pacheco Areco, algo que lo proyectó como la principal figura de la oposición. Candidato a presidente, reunió más votos que sus rivales, pero la ley de lemas y ciertas maniobras electorales de las que más vale ni acordarse, impidieron su acceso al poder. La etapa final de su carrera es más conocida. Sus palabras en la víspera del golpe de Estado de 1973 todavía retumban en los oídos de una generación, así como su pétreo compromiso de luchar desde el exterior por la recuperación de la democracia.
Exilado durante once años, absurdamente requerido por tupamaro, fue proscrito como candidato en las elecciones de 1984. Después, al salir de la cárcel militar de Trinidad, en su viaje hacia Montevideo fue objeto de uno de los mayores homenajes populares que haya recibido un político en la historia del país. Su discurso en la explanada garantizando la gobernabilidad así como su apoyo a la ley de caducidad demostraron que carecía de ánimo de revancha y confirmaron su sentido constructivo, propio del estadista que era. Entonces con valor y dignidad admirables, afrontó la enfermedad que lo llevó a la muerte. De haber vivido hubiera sido Presidente de la República. No lo fue, pero la huella que dejó a su paso por la vida perdurará siempre en el corazón de los uruguayos.

Aparicio Saravia

Nacido en 1856 y fallecido en 1904, Aparicio Saravia fue criado y educado en el campo. A la muerte de su padre, los hermanos Saravia heredaron una vasta extensión de campo, designada como la “Estancia El Cordobés”, situada en el Departamento de Cerro Largo, fronterizo con el Estado brasileño de Río Grande do Sul. Eran tiempos en que la frontera política entre el Brasil y el norte uruguayo era casi puramente formal, y ni siquiera estaba fijada con certeza.Aparicio Saravia fue, sin duda, un personaje caracterizado por la adhesión que suscitaba entre los paisanos su imagen de hombre de a caballo, que recorría los campos de batalla al galope, vistiendo el clásico poncho blanco con que es representado.Su muerte puso fin a la guerra civil, que se cerró con la Paz de Aceguá de 24 de setiembre de 1904.